La infancia de Natalia Lafourcade



En una entrevista para Unión Radio de Venezuela, el pasado mes de junio, Natalia habló de manera directa y sencilla sobre su vida y su desarrollo musical. Este es el primero de una serie de artículos basados en esa entrevista.

Aunque nació en la Ciudad de México, Natalia pasó los primeros años de su vida en el campo, en Coatepec, Veracruz; una población pequeña, con un clima húmedo y cálido, rodeada de montañas y la incesante lluvia. Es de allí de donde ella guarda sus recuerdos musicales más tempranos.

Desde muy pequeña, su mamá inició el juego de la música con ella y  le cantaba canciones de Cri-Cri, como “El chorrito”, “Toma el llavero, abuelita”, etc. También inventaban tonadas constantemente, pues su mamá, una pianista titulada del Conservatorio Nacional, decidió dedicarse a la pedagogía, así que crear temas sobre la rana, el oso, la luna y el pajarito, era algo que se hacía de manera cotidiana, como parte de una enseñanza musical.

Una canción infantil que ella recuerda con mucho cariño es la de “El gallo pinto”. Esta era una canción que ella y su mamá cantaban todo el tiempo y con la cual hacían cánones, es decir, una empezaba a cantar y la otra entraba con la misma melodía un poco más tarde. Esta canción daba lugar a explorar y crear todo tipo de armonías interesantes y diferentes. Sin duda, era una forma de acercarse a la música muy libre y divertida.

Así que la historia musical de quien se define a sí misma como “la que se va inventando cosas”, empezó en un ambiente donde se podía explorar y jugar con sonidos. Su música que siempre suena un poco nostálgica y a la vez soñadora y juguetona, está ligada de manera íntima a esos primeros años en el campo.

Tras siete años de vivir en Coatepec, cuando Natalia tenía nueve años, la familia partió a la Ciudad de México, lo cual para ella fue un cambio impactante. Sin embargo, eso será motivo de otro escrito. Por ahora sólo les digo que a su llegada a México, Nat dejó de inventar canciones y de escuchar Cri-Cri o los viniles de sus papás, y más bien se dedicó a escuchar “cosas horribles de la tele” como Timbiriche y Flans.